martes, 13 de diciembre de 2011

Alguien se animó a perder el miedo a Correa

 22 DE NOVIEMBRE DEL 2010 . VANGUARDIA

Cuando la atípica relación entre Carlos Vera y Ecuavisa terminó  en mutuo abandono, por desacuerdos respecto del intemperante presidente Correa —cuya sensualidad política sedujo a ambos desde la campaña electoral— sucedió lo siguiente: Ecuavisa siguió en el cerro y Carlos se quedó en media calle. Luego de, con o sin razón, tomar esta precipitada o violenta decisión, terminó su carrera de estrella del periodismo político apantallado, pues por miedo a las consecuencias de la segura combustión entre él y Correa, en ningún canal le dieron espacio para hacer más de lo mismo.
Carlos Vera digirió esta triste realidad escribiendo un libro necio e infidente, que al menos le sirvió de catarsis para evacuar el pasado y resolver qué hacer por el Ecuador casi en la mitad de su camino a los sesenta, época en que se comienza a errar con menos frecuencia. Allí es cuando Carlos decide seguir siendo el mismo de siempre, pero reinventado como activista político.
A diferencia del presidente Rafael Correa, cuyo justificado miedo lo hace caminar siempre rodeado de fuerza pública —de la que es patrono y rehén desde el 30 de septiembre, en que venciendo el miedo él mismo se autosecuestró y se autoliberó en un río de sangre—, Carlos Vera quedó, y sigue, indefenso en la media calle, pero abrazado del asta de la bandera de la revocatoria del mandato presidencial.
¿Cómo cerrarán el 2010 este par de contrincantes? Rafael Correa lo cerrará con saldo a favor, pues la dolarización, el precio del petróleo, el chulco chino, el gasto fiscal, los subsidios a pobres y ricos, y el servilismo de propios y extraños, le permitirán decir a los ecuatorianos que gracias a su genial manejo del gobierno terminamos el año de la mejor manera posible.
Sabemos que el próximo año será peor que el que termina, pero estarán vigentes las leyes en trámite, y los organismos de control, la Fiscalía y el Poder Judicial estarán en línea con la Presidencia profundizando el proceso de convertirnos en una sociedad castrada de iniciativas en lo privado y, en lo público, condenada a continuar el sueño correísta de que el Estado es el artífice del desarrollo nacional, hasta el 2013 o hasta el 2017, o quién sabe hasta cuándo más.
A lo anterior hay que agregar que el enfrentamiento del presidente Rafael Correa con sus antiguos aliados de las izquierdas, la infección en el mundo de la fuerza pública militar y policial, el torcido forcejeo que gusta alimentar con la prensa nacional, y su omnipresencia en la vida de todos los ecuatorianos, agravarán su estado de intolerancia para con propios y extraños, como sucede a todos los protagonistas de realities o telerealidades, como es el caso del Primer Mandatario. Rafael Correa, entonces, no cambiará.
El miedo a lo desconocido le impide cambiar su abusiva conducta, y lo bloquea a aceptar que cuando finalmente pierda el poder, todos los insultados, perseguidos y humillados perderán el miedo, y lo perseguirán cada uno a su manera desde su individual trinchera.
Carlos Vera cerrará el año con algunos cientos de miles de firmas a favor de la revocatoria del mandato presidencial. Su principal obstáculo será la falta de medios económicos para esta gigante tarea y, sobre todo, el miedo de muchos a poner en blanco y negro su nombre, firma y número de cédula, pues la represalia gubernamental se vendrá encima de su gremio, empresa o grupo social al cual pertenezcan. El miedo es contagioso y, en esta sociedad sin principios sólidos, basta con que se corra la voz de que habrá represalias contra las personas y contra los medios que permitan a Carlos Vera ejercer su derecho constitucional, para que le cierren las puertas y la gente se le haga la loca, como ahora le sucede a la valiente Martha Roldós.
Gane o pierda, Carlos Vera tiene el mérito de haber vencido al miedo que a mucha gente importante le produce la revolución ciudadana de Rafael Correa. Aunque parece que no ha vencido un miedo mayor: el de provocar a Correa y terminar en prisión, como el pobre coronel, doctor y director del hospital de la Policía.

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