viernes, 25 de noviembre de 2011

Cargoso e ineficiente: una combinación fatal

21 de abril del 2009 . VANGUARDIA

Pierina dijo que cuando niño su ñaño Rafico era cargoso. Lo mismo cuentan su señora mamá y el ñaño Fabricio, y coinciden en la precoz capacidad de Rafico de atosigarlos desde chiquito. Lo mismo dicen sus ex compañeros de colegio y universidad. Es evidente: no es necesario haber conocido a Rafael Correa para darse cuenta de que tenemos como Presidente a un tipo adicto a la cargosería, que nos habla todos los días, los sábados nos repite la semana que acabamos de sufrir, y todos los lunes Vinicio la encapsula y nos encadena a oírlo en radio y verlo en los sumisos canales de Tv.
Hoy, Lucio y Álvaro ya no son seres cargosos, pues no tienen nada nuevo que vendernos, y este vacío dialéctico les impide acosarnos con múltiples argumentos, para quizá así poder lograr comprometer nuestros votos, que se los daríamos por último para sacárnoslos de encima.
Cuando el 2002 Lucio tuvo un mensaje de cambio y de izquierda, para muchos era un cargoso, pero así convenció y ganó. Cuando Álvaro se hincaba para rezar y regalaba camisetas y sillas de ruedas, era un cargoso, pero con esa sincera autenticidad convenció a muchos en tres campañas. Hoy, Lucio y Álvaro son dos ex cargosos, que por sí mismos no pesan nada, pues ya no son auténticos. Hoy son como el cansado ciego que aún le dice ¡adiós! a un tren que ya pasó.
Nada es más difícil que librarse de un cargoso. ¿Quién no ha tenido uno en el colegio, o en la familia, como cuñado, suegro o yerno? Pero el ser cargoso ha sido la clave del éxito electoral de Correa, y lo hará de nuevo cargarse con la presidencia, pues a pesar de su pésima gestión como administrador de la cosa pública, no ha perdido su formidable capacidad de decirnos sus verdades, y también sus mentiras como verdades.
Si Correa no gana la presidencia el 26, será porque él y sólo él logró decepcionar a un buen número de sus ex electores que junto con muchos indecisos terminarían votando por Lucio, personaje inodoro, incoloro e insípido, que ya traicionó al esperado cambio, y ahora lucha contra el actual traidor al cambio, que nunca llega.
Los cargosos causan disgusto, padecimiento o fatiga. Los argentinos —premios Oscar a la cargosería— llaman cargoso al que molesta, incomoda o cansa. Pero podríamos pasar por alto que el presidente Rafael Correa sea cargoso, siempre y cuando no fuese ineficiente.
El ineficiente ejercicio presidencial de Correa no encaja en ninguna de las dos categorías creadas por el sociólogo Manuel Castells Oliván. Correa no es un autoritario liberal excluyente, que niega los beneficios del crecimiento a gran parte de la población, mediante el ejercicio autoritario e incontrolado del poder del Estado y, al mismo tiempo, prioriza los mecanismos del mercado sobre los valores de la solidaridad social, sin aplicar políticas públicas correctoras de las desigualdades y de los privilegios de las élites sociales y económicas. Como lo fueron los dictadores del cono sur. Los que creen que el presidente Correa es autoritario, no se dan cuenta de que se pone bravo para evitar —sin lograrlo— que en lo de fondo todos sigamos haciendo lo que nos da la gana, como lo seguimos haciendo, aunque simulando cambios en las formas.
Tampoco Correa es un demócrata liberal incluyente que, manteniendo los mecanismos del mercado para asignar recursos, incluye a la población en los beneficios del crecimiento, mejorando las condiciones de vida y buscando consensos sociales, como Uribe o Alan García.
Con Correa el crecimiento económico real —y no estadístico— es negativo, y su gobierno convirtió al Estado en un despilfarrador, cómplice y manipulador de un imperfecto mercado privado, del que aprendió a gastar y a no invertir.
Exitoso populista, incansable narrador de lo obvio, campeón de fintas y de sofismas, Correa se inventó y adelantó en la mitad de su período esta reelección que lo llevará a seguir en más de lo mismo: más deuda externa e interna. Más desinversión y desempleo. Un ministerio a la candidata Duarte y palanquearse una invitación de Nebot para las Fiestas de julio.

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