viernes, 25 de noviembre de 2011

Nos tocó un Presidente inteligente y mediocre

6 de octubre del 2009 . VANGUARDIA 

Los hombres inteligentes se reponen pronto de sus fracasos,  pero los mediocres jamás se recuperan de sus triunfos. ¿En cuál de estos grupos ubicamos a nuestro Presidente? Sacha Guitry, el pensador ruso dueño del concepto, nunca conoció ni sufrió a Rafael Correa, pero si lo hubiese analizado, habría tenido que aceptar que el personaje que ejerce la presidencia del Ecuador, es la excepción, pues es inteligente y mediocre.
Correa es un vendedor de inteligentes argumentos para enterrar nuestro pasado político, y un imaginativo soñador insomne del cómo hacer un país mejor. Pero es, al mismo tiempo, un mediocre generador de resultados para construir el futuro sin destrozar el presente, pues su esencia emocional no le permite dar paso a las soluciones, pero sí a la exacerbación de los problemas.
Quizá este es el problema de nuestro omnipresente Presidente porque parece que siempre ha sido abanderado de las causas nobles; médico forense de todas las preguntas y dueño de todas las respuestas; puntualizador de todas las íes; pródigo gastador del dinero público; juez único de la moral y eficiencia del prójimo, y víctima de una sensibilidad tan grande que, con la misma facilidad con la que ora llora u ora comulga, inmediatamente pasa a denigrar a los que padecen de la enfermedad de no estar a la altura de sus ejecutorias o de sus sueños, sean estos sus incondicionales o los que no lo son, como por ejemplo la prensa, o el médico que bautizó como carnicero guayaquileño.
Lo grave de todo esto es que el pueblo ecuatoriano en dos ocasiones seguidas ha escogido a Correa como el abanderado del cambio que todos queremos. Su primer triunfo permitió a él y a la gente que lo aupa arrasar por las malas con la metástasis legislativa de la corrupta partidocracia, para luego reemplazarla mayoritariamente en Montecristi con el objeto de dictar una nueva carta magna, la Constitución siglo XXI, especie de complaciente madrina de los que gustan de convertir sus aspiraciones en derechos. Pero al mismo tiempo esta Constitución siglo XXI es una alcahueta de las concupiscencias de los cortesanos de Correa, los que poniendo cara de monaguillo —los crueles García Moreno y Joseph Stalin fueron seminaristas y estudiantes de teología— lucran dentro de la revolución ciudadana; o los que a la sombra de la carpa de Alianza País, se han tomado por asalto legal desde la Corte Constitucional hasta el control de los encargados de controlar la maquinaria pública y privada del Ecuador.
En lo interno, la mediocridad de Correa se aprecia en sus resultados. Es vox populi que su vasta contratación pública nació manchada por la improvisación y por la codicia. Correa no es el Presidente que nos enseña a ser austeros, y nunca entenderá que el progreso de nuestra sociedad no provendrá del Estado–Gerente de lo público y de lo privado, sino de un acuerdo provocado y celebrado por él con todos los sectores que hacen el día a día y de cuyo cumplimiento a la prensa libre le corresponde el informar y al pueblo el aprobar o reprobar.
En lo internacional, parece que Correa no se ha ganado el respeto de nadie, y más allá del coqueteo a Obama y Fidel, de su amor por Irán, y de la pobre co-gestión con Hugo Chávez en la Unasur, parece que Uribe será elegido por tercera vez, mientras por acá la gente busca al que reemplazará a Correa el 2013. El coro guayaco “Fabricio presidente” en el concierto de Juan Luis Guerra fue una muestra de la confusión reinante.
Es triste que un Presidente lance por la borda quizá la última oportunidad de que progresemos.
Correa se desbocó tanto, que ya todos conocemos su quilla, y mucha gente comienza a perderle el respeto, pues él nos ha enseñado a no respetar a propios ni a extraños. Así es, se le va perdiendo el respeto, como se le pierde a la chica sencilla que se vuelve insoportable luego de casarse con un ricachón, o al chico sencillo al que le va bien y deja que se le suban los humos. Correa es un nuevo rico de poder y figuración. Nos tocó de Presidente un inteligente mediocre.

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