22 de septiembre del 2009 . VANGUARDIA
Elec Bonnie & Clyde Kirchner; los hermanos Carlos, Raúl y Enrique Salinas de Gortari; Fernando y Pedro Collor de Melo; las familias fascistas y comunistas, Pinochet y Castro Ruz, respectivamente; los dominicanos Trujillo y los nicos Somoza, son algunos ejemplos de que a las familias gobernantes —sean dictadores o demócratas— les encanta robar. Las acusaciones contra los Kirchner son tan graves que cuando los vemos hablando en la Tv, inmediatamente recordamos que sus tentáculos llegaron hasta el Ecuador por medio de la descalificada empresa argentina Enarsa, que acaba de abandonar su 30% en el irresponsable proyecto Coca-Codo-Sinclair, pues les apareció un imprevisto: se enteraron de que para poder robar primero había que invertir.
Una riña entre los hermanos cariocas Fernando y Pedro Collor de Melo, hizo que Pedro denunciara un gigante esquema de corrupción en el despacho presidencial, provocando que masivamente los estudiantes brasileños autollamados los “caras pintadas” salieran a las calles causando la caída del elegante hermano Fernando.
Carlos tuvo que abandonar México. Raúl estuvo diez años preso, pagando varios delitos financieros y negando el asesinato de Ruiz Massieu.
Enrique fue enjuiciado por lavar dinero en el gobierno de Carlos y murió asesinado. Qué buen trío este de los hermanos Salinas de Gortari, que a punta de deuda y gasto público emborracharon México, causando la quiebra financiera llamada efecto Tequila. Hay abundante literatura sobre las fortunas que amasaron en el poder los Trujillo y los Somoza, y todavía no es posible terminar el inventario de los bienes mal habidos por los Castro y Pinochet.
Es cierto que en todos los gobiernos hubo, hay y habrá corrupción. Pero ha nacido en Latinoamérica una nueva forma de corrupción que se da bajo la sombra de las constituciones del socialismo siglo XXI. Los ecuatorianos decidimos elegir como presidente a Correa, bajo la constitución de la antigua corrupción denunciada por él como candidato, y lo acabamos de reelegir bajo la nueva Constitución siglo XXI, que superpone y nos obligará a lidiar al mismo tiempo con dos corrupciones: la vieja y la nueva.
La vieja corrupción tiene su propio infierno.
Muchas veces pasan años antes de que los pecadores de Carondelet que —con o sin la venia presidencial— lucraron en contratación pública, petróleo, AGD, armas, gas, fiscalías, juzgados y Cortes, fuesen enjuiciados. Los que gracias a la corrupción de la justicia ecuatoriana se salvaron, hoy son mal mirados por el Departamento de Estado o la DEA. Lo que no existe en nuestro permisivo Ecuador es la sanción social, pues luego de un tiempo de hibernación prudente, los caretuco meten en los salones la cabeza y luego el cuerpo, generando el murmullo o el cómplice contacto visual de los ex cortesanos presentes.
La nueva corrupción consiste en que al amparo de la Constitución sigloXXI y en nombre del socialismo, se va armando una estructura legal destinada a que el dinero de todos sea repartido por el gobierno, por ejemplo: a Jimmy Jairala no le quedó otra que negociar con Rafael luego de derrotar a Pierina. La Asamblea aprobará leyes antagónicas con la descentralización y las autonomías municipal y universitaria. Se busca quebrar la voluntad de la prensa con el “te quito publicidad y te pongo impuestos”. Desde el Banco Central y la Súper de Bancos día a día se acosa a la banca privada y se fomenta la pública.
El Estado se adueñó y jamás venderá las televisoras de los Isaías, al mismo tiempo que regala El Telégrafo y El Ciudadano. Pronto habrá leyes que darán al Estado el derecho a racionar los precios de alimentos, arriendos, salarios, negocios, exportaciones e importaciones.
El sobrado juzgador de nuestra moral y talento, recibe golpes del indignado Fabricio, que se siente traicionado por quien mucho le debe y no le paga. Mientras tanto, Pierina busca ser la reina del millón de comités revolucionarios que mantendrán a nuestra costosa y belicosa familia gobernante unos ocho años.
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