22 de abril del 2008 . VANGUARDIA
Blanca, blanco o café con leche: el próximo presidente de EE.UU. se posesionará en enero del 2009.
Simultáneamente, nuestro católico practicante Rafael Correa jurará que en los próximos 6 años cumplirá y hará cumplir la Constitución y los mandatos y leyes emitidos por sus fieles en Montecristi, donde quizá funcionará el Banco de Suramérica, el del Afiliado, el del Migrante, el de los diezmos de Acuerdo PAIS, o la gerencia de la Refinería Binacional del Pacífico.
No sabemos si el presidente gringo vendrá a la autotransmisión de Correa y tampoco si el nuestro irá a la de Washington. Pero lo que sí sabemos es que en esos días correrá el último año de vida de la Base de Manta. Paso previo para que nuestros militares y policías se esfuercen en convertirse en el nuevo terror de las FARC, sus cultivos, laboratorios y bosques vacacionales.
Ambos presidentes encontrarán grandes problemas semejantes, salvo que el gringo los habrá heredado de Bush y Correa de sí mismo. El tema Iraq y las ambiciones nucleares de Irán estarán tan calientes como la pelea callejera Ecuador- Colombia. En EE.UU. lo relativo al libre comercio e inmigración acá corresponderá al deprimido sector privado y a la fuga de compatriotas desempleados.
Tanto en EE.UU. como en Ecuador el seguro social y los jubilados tendrán la misma bomba de tiempo. Igual piedra en el zapato serán los ecologistas para la industria yanki, que para el gobierno dizque ambientalista ecuatoriano.
Ninguno de los dos países tendrá independencia energética, pues importamos petróleo y gasolina caros y pagados con la misma moneda: un desvalorizado dólar que, para entonces, se acercará al combo de 2 dólares por 1 euro.
La diferencia será que el estadounidense dirigirá un país golpeado por los graves errores de su antecesor, pero como ni Bush ha logrado producir una metástasis que liquide a todas sus instituciones, las mismas pondrán su fuerza al servicio del resurgimiento de la nación. Nosotros tendremos al mismo Rafael Correa que ya conocemos, pero provisto de nuevas herramientas legales para desarrollar al Ecuador desde un poder ejecutivo convertido por obra de su omnipresencia en la misma escuelita con 2 años de fundada. La mayoría de Acuerdo PAIS en el futuro Parlamento no será distinta de la actual mayoría de Montecristi, integrada por moléculas diferentes, pero todas satélites del compañero Rafael, gran improvisador de soluciones huyendo siempre hacia el centro, y creyente de que el mejor gestor del futuro desarrollo público y privado será el nuevo Estado, pero presidido por él.
En EE.UU. hay una revolución tecnológica, de género, científica, informativa y pedagógica que presionará sobre el próximo presidente para encontrar la manera de reagruparse como nación, con plena conciencia de que tienen que reactivar la economía, dictar fuertes regulaciones para controlar al mundo financiero, y salir de la confusión bélica internacional en que están metidos desde que el terrorismo internacional destruyó las torres del tablero de Manhattan, y el destino del pueblo estadounidense quedó en manos del actual grupo que gobierna con la jerarquía militar del pentágono. En cambio, acá en nuestro Ecuador la clase política gesticula como el pobre ciego que aún dice adiós cuando ya pasó el momento. Y la regla general de la clase empresarial es confiar en que la antigua corrupción le permitirá sacarse de encima al SRI y al IESS; y que mientras el petróleo siga subiendo, las remesas llegando, el dólar bajando, el gobierno gastando y subsidiando, lo que hay que hacer es seguir vendiendo, hasta que se pueda. Los pocos conservadores y acaudalados ya comenzaron a poner empresas paralelas fuera del Ecuador.
EE.UU. seguirá como el referente de América Latina y nuestro gran cliente comercial, con el agravante de que sus presidentes nos dedican muy poca atención. El futuro presidente Rafael Correa tiene tiempo para pensar en una nueva política internacional pragmática y más inteligente que la de los propios gringos, y de la incondicional Colombia, cuyo TLC sigue en el aire.
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