14 de octubre del 2008 . VANGUARDIA
Ya murió el viejo concepto de oposición del siglo XX. Pasó de moda aquello de ser opositor 'comunista' perseguido por Joseph McCarthy, y también las reuniones en el Guayaquil de los años 40 en la casa del talentoso Pedro Antonio Saad Najain. Hoy en EE.UU., los demócratas y republicanos cargan juntos el ataúd de su amoral lujuria financiera; mientras acá a nuestros camaradas del MPD sólo interesa el co-gobierno en lo educativo, y la gestión bancaria de J J Castelló. También son historia las feroces oposiciones de Velasco Ibarra a Arroyo del Río, Guevara Moreno a Galo Plaza, el velasquismo a Camilo Ponce, Carlos Julio a los militares, Febres Cordero a Hurtado, y viceversa. En los 90, la frontal oposición fue reemplazada por el delito. Los partidos, desde el Congreso, se convirtieron en corruptos secuestradores del poder ejecutivo, en mandamases del poder judicial, y en padrinos de los organismos de control.
La ineptitud y entreguismo en Carondelet dio lugar a la oposición callejera. Uno a uno los presidentes fueron abandonados por los militares y policías, que admiten todo menos dispararle a los manifestantes. El desprestigio del Congreso justificó ser asaltado por los mercenarios del MPD tercerizados por Alianza País, y produjo la actual desbandada y desbarajuste de los partidos políticos. Casi de todos, menos de la ID, hoy atrincherada en la caja fuerte del IESS, y lista para formar familia con Alianza País en el cabildo quiteño. Es cierto que el gran opositor Correa, fue un recién llegado al serrano grupo de Acosta.
Larrea y Cía; pero más cierto es que aventajó a los demás, pues él era y es: mono, lúcido, audaz, y confeso dueño —entonces—del yo nada tengo qué perder.
Así nació Rafael Correa, candidato opositor verbal a todo el establishment, que encargado de popularizar un socialismo cristiano de púlpito laico, ha logrado: (a) poner en vigencia la ilusa Constitución sigloXXI, y (b) hacer oposición ruidosa aunque sin nueces productivas. El escándalo es mucho más rentable que la austeridad económica y la disciplina fiscal.
La oposición todavía es virtual, pero ya anda por todos lados: los compromisos constitucionales por miles de millones. Los proyectos personales de los chuchumecos del socialismo versus las grandes responsabilidades del 'congresillo', verdadero banquete multirracial en cuya primera sesión unos asambleístas harán la digestión con el resto de sus compañeros, y futuros candidatos.
El sectarismo y el prejuicio. La prensa desconfiada y resentida. La complicidad de los organismos de control. Los desempleados. Los decepcionados.
El mundo militar. El débil dólar que se nos escapa como agua entre los dedos. El lento pero seguro descreimiento popular en Correa, que del 82% bajó al 64%. Todo esto es oposición.
Hay una excepción: el vicepresidente Moreno no es opositor, pero la mentira le es contagiosa, pues ofreció en Tv 'abarrotar' el país de sillas de ruedas y de prótesis. ¿Creerá el manso Lenin que por aquí pasó un tsunami? Guayaquil no tiene por qué hacerle oposición al régimen, de eso se encargan Correa y sus incondicionales. Muchos guayacos simpatizan con Correa y con Nebot. Y muchos con Jefferson Pérez. Guayaquil puede beneficiarse de todo lo que proceda del gobierno central gracias a la cándida alegría con la que el Presidente adquiere compromisos fiscales; pero al mismo tiempo Guayaquil tiene que dirigir su destino y el de Guayas. La candidatura para Alcalde de Jaime Nebot no es suficiente para el futuro de esta recientemente amputada provincia. El deber de Nebot y de los guayacos es integrar un movimiento provincial que institucionalice el ciudadanismo en Guayaquil, con un equipo de concejales del cual saldrá el Alcalde 2013.
Pero este movimiento también deberá captar el Consejo Provincial y los municipios de las ciudades del Guayas. Nadie sensato puede creer que Guayaquil será una Washington ciudad-centro del sistema federal de los gringos. Con Correa no funcionan la oposición ni el diálogo. Tan sólo la indiferencia. Aprendamos de Alberto Acosta.
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